En otros artículos he comentado que en los años 70 nuestro departamento de Neurociencias contaba con una minicomputadora CID-201-B compatible con la PDP-8 de la compañía DEC y que la CID-201-B contaba solamente con un teletipo máquina de escribir, un lector de cintas perforadas de papel, y un impresor de cintas de papel.
Para poder utilizar este equipamiento, luego de desarrollar y poner a punto cada programa, había que "perforar" las cintas con los datos, o, por ejemplo, utilizar el programa CONCATISO (ver artículo) para convertir las cintas de 5 canales de la computadora promediadora de transientes CAT a las cintas de 8 canales formato ASCII de se podían leer por los programas de la CID-201-B.
Las cintas de papel se partían, había que repararlas a mano. Los errores de perforación había que repararlos a mano también, tapando o abriendo huecos en el papel, o intercalando un pedazo intermedio. Para hacer todo esto se tenía que conocer e identificar todo el significado binario de cada carácter ASCII, que son 127 con bit de paridad, 8 bits.
Para correr un programa había que introducir la cinta de la "primera parte", el compilador, luego introducir la cinta del programa como tal, parta compilarlo, luego introducir la "segunda parte" o ejecutora, y por último la cinta o las cintas con los datos a procesar. En ocasiones el programa no solo escribía resultados en el papel del teletipo como una impresora, sino que también imprimía cintas perforadas para posteriores corridas, lo que era necesario al tener nosotros programas que corrían en 24, 48, 72, y más horas de cálculo y por ende el tener que reiniciar algún proceso ya iniciado o poder hacerlo en varias computadoras a la vez, como si fuesen procesos en paralelo.
¿Y quiénes realizaban todo este trabajo en los años 70? Pues los operadores de computadora, los que eran los responsables de todos los procesos involucrados en la corrida de nuestros programas.
Entonces yo como programador recuerdo con mucho cariño las incontables horas que pasé con nuestros operadores en desarrollar programas y ellos luego en correrlos para obtener los resultados que pusieron a Neurociencias en un lugar destacado en cualquier congreso científico donde participábamos.
Uno se llama Felipe, joven serio y laborioso, Otra se llama Lidis, joven agradable y trabajadora, y el tercero Ródulo, que luego estudió y se hizo ingeniero.
De los tres guardo muy gratos recuerdos.
Muchas gracias a los tres por contribuir tanto en mi desarrollo.
Octavio Báez Hidalgo.
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